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Alberto.

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TESTIMONIO ESCRITO.

 

Buenas tardes. Me llamo Alberto. Y hoy estoy aquí para compartir con todos vosotros mi testimonio por el trastorno adictivo sin sustancia que padezco.

 

Mis primeros recuerdos relacionados con el juego de azar están unidos a las partidas de cartas en reuniones familiares. Yo notaba y evidenciaba ante los demás mi excitación, cuando había dinero de por medio. Siendo un niño como era, pedía dinero (jugábamos con cantidades ridículas) para poder seguir jugando y no salir de la partida. Cuando terminábamos de jugar, yo seguía conectado, rememorando en mi mente el resultado de la partida, la ganancia o la pérdida, algo que no me sucedía con ningún otro tipo de actividad.

 

Con la mayoría de edad, comenzamos a recibir información de nuestros padres, del mundo de la inversión, especialmente de la bolsa. Había comenzado mis estudios universitarios y, paralelamente, comencé a aprender sobre este mundo que prometía altas rentabilidades. Nuestros padres nos introdujeron a mis hermanos pequeños y a mí, ofreciéndonos la posibilidad de gestionar una pequeña cartera de acciones. Pero mi descontrol psicológico y emocional comenzó a fraguar mi deterioro mental y moral como persona. Unos meses de ganancias espectaculares para un joven inmaduro, educado en la austeridad, que fantaseaba con ganar dinero gracias a su conocimiento. Esta dinámica se mantuvo durante años; me afectó en mis estudios universitarios, los cuales saqué con mediocridad, un caldo de cultivo perfecto para que afloraran facetas de mi personalidad como la mentira y el ocultamiento de mi gestión del dinero. Esa mentira cobarde, propia del niño que no sabe afrontar la realidad, y que tanto daño nos hace como adultos. Y no es que no hubiera mentido antes nunca, lo había hecho, o que no hubiera ocultado nada en mi vida hasta ese momento, pero aquellas mentiras perseguían una quimera cuando llegaron las primeras pérdidas: Recuperar lo perdido. Si bien era capaz de disciplinar mis ganancias, no sin dificultad, comencé a darme cuenta de que tenía muchas dificultades para gestionar mis pérdidas. Terminó por afectar a mi perfil de inversor, cada vez más arriesgado, pasando a invertir en el mercado secundario, en productos de alto riesgo financiero. Hasta que, por primer vez, y no sería la última, perdí todo lo que tenía. Distraído de la vida propia de cualquier joven, había comenzado a afectarme porque, a pesar de tener pareja, no cuidaba de mi relación, ni de mis amistades. La pérdida de la alegría, las ganas de disfrutar de la vida, en un proceso muy lento, con altibajos. Por otro la aparición de un miedo, vergüenza, culpabilidad cada vez más intensos.

 

Encontré un trabajo y me casé. Los primeros años de esta fase de mi vida, los viví alternando ahorro y recaídas tratando de recuperar lo perdido, llegando a utilizar dinero de la cuenta que mi esposa y yo teníamos en común. A pesar de haber perdido mucho dinero, no tenía deudas, generábamos ahorro y vivíamos relativamente bien; pero yo no olvidaba. Y cuando mi esposa me preguntaba por la administración del dinero, porque ella confiaba en mí, mi respuesta siempre era esquiva, basada en las excusas y el engaño.

 

Lo peor estaba por llegar con el descubrimiento de las apuestas deportivas por Internet. El deporte siempre me gustó y el bombardeo de publicidad en Internet era constante. Utilicé un bono de bienvenida, perdí el dinero y aquello no fue a más. Pero en el año 2008, volví a intentarlo. Y desde ese momento hasta febrero de 2018 fue juego compulsivo. Buscaba bonos para entrar y no parar. Cuanto más tiempo permanecía en contacto con las páginas de apuestas online, más dinero necesitaba. Necesitaba estar apostado. Daba igual si ganaba o no. Tenía que estar dentro. Era una sensación de impotencia brutal, saber que me estaba machacando, que estaba cavando mi propia tumba, y no poder dejarlo. Propósitos muchos. Fracasos todos los días. Y todo oculto, en silencio, porque sabía que si todo se destapaba el daño podía ser irreparable. Y ese mensaje que no se separaba de mí ni de día ni de noche: Tienes que recuperar lo que has perdido. Distorsiones de la realidad que crecían a la par que menguaba nuestro patrimonio y desparecían las ganas de vivir. Noches de insomnio llegando en condiciones inadecuadas al trabajo. Cambios de humor, apatía, silencio mucho silencio. Siempre la callada por respuesta. Mi esposa se desesperaba. Mis hijos desatendidos. Haciendo lo mínimo posible y de forma inadecuada. Ni ella tenía esposo ya, ni mis hijos un padre.

 

Y mientras padecía esta degradación, la liquidez desaparecía y la imperiosa necesidad de encontrar fuentes de ingreso hizo que recurriera a préstamos personales, tarjetas de crédito y micropréstamos. El mismo patrón que con la bolsa: Búsqueda de recursos económicos, financiación, y apuestas cada vez más arriesgadas: Apuestas combinadas, múltiples y el live, las apuestas en directo. Esto sí que me tuvo enganchado literalmente, alternando entre el móvil y el ordenador. Cuando el endeudamiento era ya insostenible, me pillaba, porque ella siempre me descubría, yo nunca di la cara, o al menos no lo recuerdo. Y ante sus preguntas, sus gritos, desesperación y dolor sólo una respuesta vaga y mucho silencio. Porque realmente no había respuesta. Y entonces paraba, durante un tiempo, más o menos prolongado.

 

En febrero de 2016 mi esposa me lanza un ultimátum: O buscas un sitio donde te puedan atender o te vas de casa. Inicié un proceso de rehabilitación en Proyecto Hombre a la par que mi esposa inicia el proceso de separación de bienes. 8 meses después recibo el alta terapéutica, en enero de 2017: No duré un mes. Al cabo de unas pocas semanas comencé a demandar la administración de mis tarjetas. Había sido objeto de control de las mismas y no podía llevar dinero, y yo ya no quería eso. Comenzaron las distorsiones: Si yo había recibido el alta, ¿porqué iba nadie a tener que controlarme? Y de fondo, la misma idea, aún lo recuerdo: Tengo que recuperar lo que he perdido. Ese orgullo malentendido, enfermizo. Volví a apostar. Las pérdidas eran escasas. Las cuentas volvieron a descuadrar. Y comenzaron las preguntas, a la par que mis evasivas, el mal humor y la irascibilidad. Hasta que llegó un punto en el que mi esposa me pidió que me fuera de casa, delante de mis hijos. Las dos noches siguientes las pasé en el coche, en el garaje. A la tercera noche decidí que no iba a salir de casa así como así, y me trasladé a vivir al trastero que teníamos encima de nuestra casa, con lo mínimo para subsistir. No quería preguntas, ni dar que hablar ni en el vecindario ni en mi trabajo. Y en el camino yo no fui ya capaz de reaccionar, a pesar de los ofrecimientos de ayuda por parte de esposa, familia de origen y amigos. Me encerré en mí mismo. Paulatinamente, me alejé de todo y de todos;  mantenía un mínimo contacto con mis hijos, a pesar de tenerlos a escasos centímetros de mi, día y noche. Mi esposa comenzó el proceso de divorcio. En septiembre perdí a mi esposa, y el trabajo, al tiempo que cada vez cobraba más fuerza en mi interior la idea de desaparecer porque ya nada importaba. Los demás seguirían con su vida y yo ya no causaría más daño, ni más dolor. Me veía tan erróneo y perjudicial para las personas que tenía a mí alrededor, que realmente creía que era lo mejor. La noche del 13 de enero de 2018, me sigue acompañando hoy. Doy gracias a la vida porque esa noche no terminó todo. Esa misma noche, sin esperanza, pido ayuda a uno de mis hermanos. A la mañana siguiente me traslado a vivir a su casa. El 22 de febrero de ese mismo año ingreso en Ajupareva, de la mano de mi madre, condicionado, pero con el firme propósito de hacer algo con mi vida. Estaba totalmente desorientado, vivía en una nebulosa, en el continuo desconcierto.

 

Desde esa noche hasta el día de hoy, algo más de un año después, el cambio en mí ha sido evidente para todos. Para mí ha sido clave iniciar este proceso de rehabilitación aceptando las pérdidas. Entregarme a lo que me decían, estuviera o no de acuerdo. Han sido meses muy difíciles. Era un zombi, un muerto viviente y hoy vuelvo a sentir aunque sólo sea un poquito, y a generar expectativas de vida. Y en este camino de rehabilitación en el que todavía sigo inmerso me he sentido apoyado en todo momento por la asociación. Sois muchos los que me habéis ayudado, guiado y acompañado durante este tiempo. No voy a nombraros, porque las limitaciones de mi testimonio no me lo permiten. Pero sí que quiero destacar a alguien por encima del resto: A mi padre. He recuperado a mi padre, con quien evité el contacto todo lo que me fue posible y más, durante más de 8 años. Hoy es mi soporte vital, sobre el que se sustenta toda mi recuperación. Gracias, gracias, gracias.

 

Alberto A. G. Palencia a 9 de marzo de 2019.

I Congreso FECYLJAR: Apuestas y juventud.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/3″][vc_empty_space height=»20px»][vc_single_image image=»24755″ img_size=»full» alignment=»center» style=»vc_box_border» border_color=»orange» qode_css_animation=»»][vc_separator type=»normal» border_style=»» border_width=»10″ color=»#dd9933″][vc_column_text]

Testimonio de un paciente.

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