Si la solución se refiere a la ludopatía como fenómeno social, o incluso como trastorno étnico, como se le ha llegado a catalogar, entonces hay que ser más pesimista, ya que la prevención de la ludopatía pasa por una serie de medidas complejas que se nos escapan de las manos.
Respecto de esas medidas más importantes en la prevención, hay que establecer categóricamente, como en toda prevención primaria de una enfermedad del consumo, como es ésta, que todas las medidas adoptables tienen que atenerse al principio de tratar de reducir la demanda, mediante una correcta educación para la salud y la libertad, que situara el juego en su justo lugar de complemento social y humano a controlar, advirtiendo debidamente acerca de sus peligros; y por otro lado habría que restringir la oferta: limitando la comercialización de juegos de resultado instantáneo (los más adictivos), dificultando paulatinamente el acceso a los establecimientos de consumo, mediante medidas como la aglutinación y aislamiento de las máquinas tragaperras en salones de juego con exigencia de un registro de prohibidos o el alejamiento progresivo de los núcleos de población urbana, etc. En definitiva, se trata de establecer impedimentos que hagan más difícil el acceso al juego respetando hasta cierto punto la libertad individual, ya que la prohibición tutelar nunca ha dado los mejores resultados.
Por lo que respecta a las medidas preventivas a adoptar en el terreno individual, puede decirse que, indiscutiblemente, cualquier tratamiento de la ludopatía que se emprenda debe contar antes con las bases conceptuales adecuadas, que en síntesis son: Que el ludópata, más que nacer, se hace, y ello por un mecanismo de repetición indefinida de la conducta de juego que es totalmente semejante al mecanismo que rige las demás conductas adictivas; y que, también como en éstas, sobre todo en las que aparecen y se desarrollan dentro del tejido social normativo, la frontera con respecto a la conducta de consumo social no es en absoluto clara.
Para evitar en consecuencia que el juego social pueda malignizarse adquiriendo el rango de ludopatía, es recomendable: no jugar repetidamente, por rutina, sino sólo ocasionalmente; ni en solitario, aconsejándose la compañía; ni con apuesta de dinero, admitiéndose todo lo más la de la consumición; ni en juegos con azar en exclusiva, aconsejándose la combinación con el factor destreza o habilidad; ni a juegos prohibidos o que comprometan la economía o la vida; ni con ansiedad, aconsejándose siempre la calma para jugar; ni por ambición económica, sino más bien por diversión o entretenimiento; ni, para terminar, como mecanismo de compensación para superar depresiones, penas, sufrimientos físicos o psíquicos ni complejos Y sobre todo se estima fundamental para la prevención de la ludopatía orientar la vida hacia cauces de laboriosidad creativa, en lugar de hacia conductas repetitivas o reproductivas, y regirse por un código de valores en el que el ser sea siempre más importante que el tener.
Tras una experiencia asistencial dilatada, se llega a la conclusión de que el mayor índice de retención en los centros terapéuticos y de abstención del juego se corresponden con algunas características que de este modo se pueden considerar como factores predictivos de la respuesta terapéutica: psicoterapia de grupo (con preferencia a la individual), factores individuales tales como: sexo masculino, estado civil casado, primer intento de rehabilitación, empleo estable, status social no relevante, edad intermedia y ausencia de complicaciones psiquiátricas, judiciales o económicas y soporte socio-familiar adecuado, como factores benignizadores del pronóstico. Llama la atención que el status socioeconómico no relevante sea un factor que benignice el pronóstico, pero, obviamente, no iban a ser sólo inconvenientes los de la sufrida clase media o baja. Curiosamente, los estratos sociales mejor dotados tienen más prejuicios para acudir a grupos terapéuticos, y ello hace siempre más difícil la recuperación.