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Entrar en un bar, tomarse una caña con los amigos y hacer una apuesta sobre el resultado del partido que se va a jugar en una hora puede resultar una actividad de lo más inocente. Si esa cerveza se convierte en cuatro o cinco al día, el inocente y agradable rato se convertirá en problema. Al igual que si esa apuesta se multiplica y el dinero empieza a desaparecer a espuertas y todo se limita a jugar. Ambas adicciones, una con sustancia y otra sin ella, suponen un peligro para quien las sufre, pero las precauciones que se toman para atajar estos problemas no son ni parecidas.
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